Newsletter Noviembre 2025


MALI

 

Inauguración Casa MALI

¡Qué noche tan especial vivimos en la inauguración de Casa Mali! ✨
Gracias a todas las que vinieron a celebrar la apertura de este nuevo espacio que soñamos por mucho tiempo.

La Marti presentó el video y compartió cómo nació la idea de Casa Mali: un lugar pensado para movernos, aprender, cuidarnos y sentirnos parte de una comunidad real. Un espacio creado para nuestras mujeres en movimiento, donde las clases, las profes y la energía de cada una hacen que todo cobre sentido.

En la terraza nos acompañaron Perrier, Frok Catering, Animal Social y Gin Gabri, cada una con sus carritos y degustaciones. También estuvo DJ Lou Couper poniendo toda la música y un mini desfile que mostró la esencia y estilo de Mali.
La tienda abrió con la promo de Black Friday para quienes quisieron llevarse algo especial ese día.

Fue una noche llena de buena vibra, cariño y de ese espíritu que queremos que se viva siempre en Casa Mali.
Gracias por ser parte de este comienzo. Lo que viene se viene increíble. 




MUJERES EN MOVIMIENTO


BY NATALIA TABILO

Movimiento con autocuidado en salud mental

 

Me llamo Natalia Tabilo. Soy enfermera de profesión desde hace 10 años. Durante gran parte de mi carrera trabajé en unidades de cuidados intensivos, y más adelante, en ambulancias, asistiendo emergencias de riesgo vital.

Sin duda, amo lo que hago. Pero también hay un gran pero: estar cara a cara con el dolor, el sufrimiento, la muerte —acompañando a personas en los momentos más difíciles de sus vidas— genera una carga emocional y espiritual muy intensa. Es un peso que llevo conmigo hace años.

Amo profundamente mi trabajo, especialmente cuando todo sale bien. Pero hay ocasiones en las que las cosas no resultan como uno espera, y ese peso emocional sin una vía de escape se convierte en un ruido constante en la mente, una pregunta que se repite sin cesar:
¿Y si hubiera hecho algo distinto?

Recuerdo que cuando tenía unos cinco años, vivía en Antofagasta. Para un Día del Niño, en algún parque armaron un muro de escalada. A pesar de que siempre fui activa, hacía deporte, practicaba natación y básquetbol, ese muro fue una de las experiencias más significativas de mi infancia. Lo recuerdo claramente: me dije a mí misma "quiero hacer esto siempre, me encanta". Pero no volví a tener la oportunidad de practicar escalada.

Me conformaba con trepar árboles pequeños o colgarme de los juegos del colegio.

Muchos años después, al entrar a la universidad, por fin tuve la oportunidad de inscribirme en un taller de escalada. Fue amor a primera vista. Un motivo para faltar a clases, una obsesión sana. Conocí personas maravillosas y sentí que se abría otro mundo en mi vida. Incluso en los momentos más difíciles, la escalada siempre estaba ahí. Estaban mis amigos, mi tribu. Sin duda, una de las etapas que más atesoro en mi corazón.

Pero luego llegó la adultez. Las responsabilidades, el trabajo, la rutina.
Y con eso, la mente llena de ruido.

Ahí fue cuando encontré lo que hoy llamo mi pausa sagrada: la escalada.
Mover el cuerpo, cambiar de ambiente, ir a un lugar lindo, desconectarme, estar en la naturaleza, compartir un mate con amigas y personas que quiero. Personas que suman, que celebran el instante y el pegue contigo, que están en la misma sintonía.

Tratar de explicar lo que se siente al escalar no es fácil, pero lo intentaré:
Cuando estás frente a la roca, entras en un estado especial. Estás fuera de todo, pero profundamente presente. Lees la ruta, visualizas tu cuerpo en ella, comienzas a escalar. Tomas los agarres y fluyes entre sensaciones: alegría, miedo, incertidumbre, realización, frustración, nerviosismo... pero al final, al bajarte, todo eso se transforma en una sola emoción independiente del resultado: felicidad.

Esos pequeños logros se sienten enormes.
Cuando escalo, me encuentro conmigo misma: con mis miedos, mi cansancio, mi fuerza. Conecto con mi respiración, con mi cuerpo. Es un estado casi meditativo.
No hay antes ni después.
Solo estás tú, la roca, y tu cordada que te sostiene y te cuida.

Mover el cuerpo se ha convertido en mi forma de cuidar la mente.
De abrazar el corazón cuando está bien y cuando no está bien.
Y, sobre todo, hacerlo acompañada. Porque en este deporte siempre necesitas a tu cordada. Esa persona que te cuida, que te apaña, que te recuerda que no estás sola.

Hace poco fue el Día de la Salud Mental y me hizo mucho sentido relacionarlo con la importancia del movimiento, sea cual sea.
Y hoy quiero recordarme —y recordarte— que moverse también es terapia y una forma invaluable y más efectiva de cuidar tu salud mental.

Porque incluso en los días más difíciles, un buen agarre en la roca, una respiración profunda, un mate compartido con tus amigos o incluso un encadene… pueden hacer toda la diferencia.

Fotos POR: Josefa Jorquera

 

FORASTERAS

BY CAMILA Y TERE (@FORASTERASTRAVEL)

 

Errante

Ese día el mar estaba oscuro, denso, con ondulaciones que anticipan una cierta calma antes del caos. Navegábamos en el barco Magellan Explorer, en una expedición con la empresa Antarctica21 cuando apareció. 

Un iceberg solitario avanzando a la deriva, sin rumbo fijo. Tere lo vio antes que varios. Ajustó su cámara, esperó el segundo exacto en que una franja de luz se abrió al costado derecho y disparó. Uno. Nada más.

 Ayer, esa fotografía ganó un premio en el concurso de Gnomo Wear. Y no por pura suerte. Sí, había fotógrafos muy talentosos compitiendo, gente que sabe esperar la luz y que conoce el ritmo de un territorio difícil, pero esta imagen tenía algo distinto. Un contraste incómodo. La oscuridad del océano que parecía tragarlo todo y, al mismo tiempo, una línea de luz que se abría paso insistente y tozuda. Una mezcla entre amenaza y posibilidad, que hace que al observarla, casi podamos sentirla. Es la Antártica hablándonos de frente. Un territorio frágil que todavía guarda destellos de esperanza si sabemos cuidarla y hacer algo al respecto.

 La Antártica tiene esa forma particular de recordarte que el mundo sigue ahí, aunque no lo miremos. Y la foto de Tere funciona así. Te interrumpe. Te deja pensando en por qué un bloque de hielo en medio del océano puede decir tanto sobre nosotros, sobre el clima, sobre lo que se está derritiendo literal y simbólicamente.

Es una foto que te inquieta, que abre preguntas, que te deja con esa sensación de que algo importante está pasando muy lejos, pero que igual te afecta. Y ahí aparece la importancia de difundir, de contar, de mostrar. Porque nadie cuida lo que no conoce.

 Aunque la imagen lleve la firma de Tere, nosotras sabemos que una foto así nunca es individual. Estábamos ahí juntas; el mar moviendo la embarcación, la tripulación aguantando el viento, Antarctica21 haciendo posible que dos mujeres chilenas llegaran a uno de los bordes más frágiles del planeta.

El premio confirma algo que para nosotras es obvio. Que el trabajo en equipo importa tanto como el talento. No existe una gran foto sin una red de personas sosteniendo la posibilidad. Detrás de ese disparo hay más que una fotógrafa y un iceberg. Está la tripulación que maniobra en mares cambiantes, el guía que anuncia lo que viene, el proyecto que nos llevó hasta allí, y esa mezcla de confianza y sincronía que se construye solo después de muchos kilómetros compartidos. La imagen es de Tere, sí, pero la historia que la hace posible pertenece a todas las personas que hicieron que ese minuto frente al océano ocurriera.

La imagen premiada es también un llamado a estar conscientes de la fragilidad. De la urgencia. De lo increíblemente poderoso que puede ser un paisaje cuando te exige mirarlo sin filtros. No hay metáforas necesarias cuando la Antártica se presenta como un bloque de hielo avanzando en un océano oscuro, una luz mínima que insiste en no apagarse, un territorio que se muestra y se esconde al mismo tiempo.

Ese es el peso real de la fotografía, no solamente mostrar, sino incomodar un poco, recordarnos que lo que vemos no es eterno ni está garantizado y que la belleza también se derrite.

Ayer ganó Tere. Pero también ganó la idea de mirar distinto. De aceptar que, a veces, una imagen basta para mover preguntas que veníamos evitando. Y si esa foto hace que una sola persona más quiera entender la Antártica, o al menos se detenga un segundo antes de pasar de largo, entonces ya valió la pena el disparo, el frío, el viento y el viaje completo.